Durante mucho tiempo he aportado argumentos a favor de la despenalización de las drogas en general, de la despenalización del cannabis en particular. Los ataques y ejecuciones a centros de rehabilitación de adictos en Cd. Juárez y Gómez Durango y la creciente ola de violencia relacionada con el narcomenudeo que se vive en la entidad me han motivado a emitir un mensaje de alerta. Soy un defensor de la libertad pero también de la vida, por lo cual es mi obligación dar a conocer mi hipótesis. Vivimos en un escenario de interacción y de información en el cual las drogas parecen estar ligadas a un programa de exterminio, no sólo de vendedores, como podemos corroborar en los recientes ataques a los centros de desintoxicación. Si a usted le interesa su vida y su seguridad le recomiendo que no tenga nada que ver con drogas, las cuales parecen estar ligadas a un programa de exterminio y no se venden para hacer felices a la gente y lucrar con su felicidad, se venden para consolidar los estratos bajos y para detectar quién las usa y proceder al respecto. Obviamente la despenalización en la práctica y la legalización en la teoría (en los códigos penales) autorizaría a la población a usar dichas sustancias sin riesgos legales ni sistémicos y pondría fin a la violencia de los sicarios ligados a los narcomenudistas que forman bandas y se enfrentan entre sí, o al menos eso es lo que nos dicen. Se matan o son eliminados por una actividad comercial sin mayor importancia. Por no obedecer en un ámbito en el que desobedecer acarrea muerte. Identificado el trabajo sistémico de exterminio, los políticos se solidarizan con él porque dicha actitud es patrón laboral y de conducta, modo de ser y cimiento de su estructura. A los políticos no los van a escuchar defendiendo la vida. Van a defender la salud del aparato que gobiernan y desde esta perspectiva las ejecucione y las balaceras no les afectan, no les hacen ningún mal. Les están haciendo un bien. Están consolidando un estado de terrror y de sitio en el que la gente vive sojuzgada por el miedo y sin necesidad de nada más, de ningún otro tipo de sojuzgamiento. La gente vive acobardada.

 
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